30/11/09

Neptune

Lo que sucedió mientras Carlos me rescataba a penas lo recordaba, pues cerré los ojos con fuerza durante todo el rato. Sentí que me subían a algo peludo y caliente pero sólo cuando los sonidos de batalla se alejaron me permití abrirlos y vi que estábamos llegando a una especie de fortaleza de madera a lomos de Valle. Volví a cerrarlos, mareada. En la tienda, el hechicero drow me dio una especie de tila mientras me curaba la herida del pie, pues estaba muy asustada. Me dormí sin darme cuenta, y para cuando desperté, la cabeza me dolía terriblemente y tenía la vista borrosa.
Al despertar, Carlos se encontraba de pie frente al espejo, iba sin camiseta y en su espalda se dibujaba un enorme dragón con cinco cabezas, parecía un tatuaje, no se dio cuenta de que había despertado.

Contuve las ganas de vomitar, pues la habitación dio un vuelco de 360 grados cuando me incorporé.
-Tengo sed... -balbuceé, aturdida.

Carlos se dio la vuelta, sorprendido, después se colocó una capa, ocultando el tatuaje y me acercó un vaso, llenándolo con la jarra de agua.
Alargué una mano temblorosa hacia el vaso y bebí como un pato al que le han puesto anestesia en el pico. Después me dejé caer de nuevo sobre la cama, cerrando los ojos.
-¿Y ese tatuaje? -Le pregunté, mientras me secaba el sudor frío de la frente con el dorso de la mano.
-No lo sé -dijo, algo pensativo- No pienses en eso, ¿que tal estas?
-No lo sé, es como si estuviera en el Mundo de las Ideas -siempre que notaba como si mi cabeza volara o si estuviera vacía, por el mareo, me sentía así. Seguro que Platón se sentía igual después de un chute de Opio- No me acuerdo de nada, pero me parece que es mejor así.
-Sí, es mucho mejor. Te dije que no te alejaras -me espetó con rudeza.
-No me riñas -gimoteé, mientras las lágrimas se agolpaban tras mis párpados cerrados- que estoy malita -extendí los brazos para que me abrazara.

El chico me retuvo entre sus brazos
-Nunca haces lo que te digo...

Busqué sus labios con los míos para evitar que me riñera más. No quería que me riñeran. Ni que me dieran aspirinas efervescentes, eran dos cosas que no soportaba que hicieran cuando estaba malita.
Cuando terminé de besarle le murmuré que quería que nos fuéramos.
-A tu castillo, a donde sea, no quiero cabalgar más -puntualicé.
-Bien, recoge tus cosas, mandaré que monten la caravana e iremos a casa -se levanto, algo abatido, y comenzó a recoger sus cosas-Por cierto, en la ciudad elfica vi a Tybalt.

Aquella noticia me sobresaltó.
-¿A Tybalt? ¿En serio? -El corazón comenzó a bombearme de alegría a un ritmo insano- ¿Estaba bien? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
-No lo tenía en mente, fue un hecho -dijo, se vistiéndose sin dejar que viera el tatuaje, la venda del brazo estaba algo manchada de lo que parecía sangre- estaba bien, consiguió escapar, bueno, le dejé escapar.
-¿Luchó contra ti? -Pregunté distraídamente, mientras avanzaba hacia él y le cogía del brazo del vendaje, el cual intenté desatar.
-No, ya esta cicatrizando -respondió Carlos, tapándosela y vendándola de nuevo.
-Pero te sangra... pensaba que las quemaduras se curaban en seguida. Deberías pedirle a Kleot que te diera rosa mosqueta.
-No, no servirá de nada, es una herida mágica.
-¿Te la ha hecho... Takhisis? -Pregunté no sin algo de miedo
-Sí, me la hizo ella, como el tatuaje.
-Qué zorra -murmuré, besando la herida por encima del vendaje.

Él no contestó, pero se colocó el blusón.
-Venga recoge las cosas, iremos al castillo, no quiero ningun incidente más, a saber cuánto me costará el siguiente...

Sentí una punzada fuerte en el pecho
-Lo siento mucho -murmuré, mientras me vestía. Las brumas de mi mente se iban disipando y conseguía dar pie con bola, así que comencé a meter las mantas y las alfombras en un arcón.
El General dio varios gritos desde dentro de la tienda, y las tropas empezaron a movilizarse.
-Iremos directos al castillo sin ninguna parada.

Me horroricé, quedaban casi cuatro días de camino. Ya notaba las llagas en los muslos emergiendo sin piedad.
Los esclavos vinieron a terminar de recoger y desmontaron la tienda. Las jaulas de los capturados se pusieron en marcha y los jinetes comenzaron a montar en sus caballos.
Antes de partir le di un beso a Carlos en los morros y le susurré que le quería.
-Venga, súbete al carro, les he mandado poner las cortinas, y un refuerzo por dentro.

Solté un tonto gritito de contento por dentro, pues no recordaba aquel detalle tan confortable. Entré y me tumbé entre los cojines, no tan refinados como los de los elfos, pero suficientes como para que me quedara dormida casi al instante.


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